martes, 20 de septiembre de 2011


Soy una de esas Mamás que no trabaja fuera de casa.

Empezó siendo una decisión personal, de la que no me arrepiento nada, y ahora es la consecuencia de una gestión desastrosa de la economía nacional y la dificultad añadida de encontrar un empleo que consiga conciliar la vida personal con la vida laboral.

No tengo un jefe gruñón, un horario laboral que cumplir estrictamente, compañeros de trabajo que molesten y mi primer café de la mañana no sale de una horrenda máquina de monedas.

“Qué bien vives”, es la frase que llevo escuchando, sobre todo de otras mamás que trabajan fuera de casa, durante los tres últimos años y la verdad es que cada vez me irrita más, y no es por el contenido sino más bien por el tono de la misma.

Creo que la mayoría de mis amigas que presuntamente envidian mi vida desocupada, creen que paso mis días metida en un SPA haciéndome los más lujosos tratamientos anticelulíticos, con la manicura impecable y mi pelo siempre divino de peluquería (eso es porque no me han visto los días que me toca salir de casa con toda la cabeza empapada)

Las Mamás que no trabajamos fuera de casa, madrugamos, dejamos a los niños en el cole, organizamos la casa, hacemos compra, hacemos todas las gestiones y papeleos de la familia, casa, coches y mascotas, a parte de un millón de quehaceres más de los que el resto de los miembros de la familia se han ido desentendiendo.

En resumen, tengo más jefes en casa que en la oficina, más funciones de las que jamás he tenido como trabajadora por cuenta ajena, no cobro un euro por mi trabajo, no tengo pagas extra, ni planes de pensiones a cargo de la empresa, eso sí, me tomo un café que te mueres con mis amigas “desocupadas” un par de veces en semana, está claro que todas “vivimos como reinas”.

Ahora es cuando empiezo a entender a mi madre, el trabajo de Mamá ni pagado ni reconocido.